Sólo tú, sólo tú, yo me
decía
después de que te fuiste.
Solamente
tú, con tus ojos, con tu
bella frente,
con tu suave sonrisa, y
sólo mía.
Torné a mirar la
estancia, ya vacía,
la luz que tú dejaste,
indiferente,
y una como orfandad en el
ambiente
que a todos tus recuerdos
trascendía.
Más, pasadas las horas,
cuando vino
la sombra, entre las cosas
inconcretas,
y el pálido horizonte
ultramarino,
volviste a aparecer,
mucho más viva,
en un suave perfume de
violetas
y en la luz de la tarde pensativa.
Rafael Maya
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