A veces es bueno tener dudas, porque “no es oro todo lo que reluce”, tanto en lo que hemos recibido desde el principio, como en lo que hayamos podido aprender por nuestra cuenta. Las dudas nos ayudan a sopesar y valorar nuestras convicciones, a resolver cuestiones que no tenemos claras y a crecer en todo lo relacionado con la revelación divina. El estudio, la oración y una actitud humilde nos ayudarán a resolver nuestras dudas; incluso aunque no lleguemos a comprender todo en todos los temas. Aunque también es cierto, que no es bueno estar dudando siempre y de todo.
Hay personas que no han tenido nunca dudas en nada, y siempre se han sentido muy orgullosos de su “seguridad” y “confianza” en todo cuanto creían. Pero uno se da cuenta de que hubiera sido muy bueno que hubieran tenido dudas de mucho de lo que afirmaban. Hubiera sido mejor para ellos y para los que les rodeaban. Lo asombroso es que, aún pasando muchos años, siguen en su “seguridad” a pesar de las funestas consecuencias, cuyo “clamor” no logra llegar hasta sus oídos. Entonces, ya es tarde para la duda; en todo caso, no lo será para la frustración por el tiempo perdido y el lamento por el fruto malogrado. Como diría el Señor: “El que tiene oídos para oír, oiga”. (Mt.13.43)
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