Las redes sociales están concibiendo una generación ególatra y narcisista, alimentando nuestra innata vanidad y promoviendo una atmósfera de hipocresía sin igual. Con Instagram presumimos de nuestra “belleza” o buena vida, con Twitter de nuestra sabiduría y elocuencia, con Facebook de nuestro conocimiento y prestigio. Hemos potenciado el individualismo, la presunción, las comparaciones, la idolatría, etcétera; entrando en una espiral de envidias, insatisfacciones y apariencias.
La moda de las redes sociales nos ha engatusado de tal forma que nos hemos habituado y amoldado a ser, dígase claramente, seres humanos descarada y orgullosamente egolátricos. Y yo, no soy una excepción.
Cada día hay más jóvenes, y jóvenes cristianos, atrapados en la generación “selfie”. Una generación que espera que todo el mundo admire su propio autorretrato. ¿Hay algo más vanidoso que esto? Una generación cuyo gozo e identidad depende de los “Me gusta” que consiguen sus publicaciones.
¿De dónde surge este problema? Del corazón. «Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos […] las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre» (Marcos 7:21-23). Por eso debemos hacer nuestra la oración del salmista: «Dios mío, mira en el fondo de mi corazón, y pon a prueba mis pensamientos. Dime si mi conducta no te agrada, y enséñame a vivir como quieres que yo viva» (Salmos 139:23-24).
Hemos alimentado, engordado y exacerbado el protagonismo del «YO». Quienes amenazan nuestra imagen pública se convierten en enemigos a quienes hay que censurar. Incluso las reflexiones bíblicas que a menudo publicamos buscan más la exaltación del «yo» (de mi retórica o conocimiento) que la exaltación de Cristo. Esto también es usar a Cristo como “ganancia” deshonesta. Con el pretexto de hacer famoso a Jesucristo hacemos famosos nuestros propios nombres. El «YO» se ha apoderado de nosotros.
¡Volvamos a la oración del salmista! Hagámosla nuestra. Practiquemos el auto-olvido. Que nuestra paz, identidad y satisfacción no dependan de lo que otros piensen de nosotros, sino de lo que Dios piensa de nosotros.
«No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes...» (Filipenses 2:3).
Por. José Daniel Espinoza contreras.
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