Oye, seremos tristes,
dulce señora mía.
Nadie sabrá el secreto de
esta suave tristeza.
Tristes como ese valle
que a oscurecerse empieza,
tristes como el
crepúsculo de una estación tardía.
Tendrá nuestra tristeza
un poco de ufanía
no más, como ese leve
carmín de tu belleza,
y juntos lloraremos, sin
lágrimas, la alteza
de sueños que matamos
estérilmente un día.
Oye, seremos tristes, con
la tristeza vaga
de los parques lejanos,
de las muertas ciudades,
de los puertos nocturnos
cuyo faro se apaga.
Y así, bajo el otoño,
tranquilamente unidos,
tú vivirás de nuevo tus
viejas vanidades
y yo la gloria póstuma de mis triunfos perdidos.
Rafael Maya

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